domingo, 1 de diciembre de 2013

Acerca del Festival de monólogos del 30/11/13

Por Juan Carlos Lemus

Festival de acto único. Sábado 30 de noviembre, Teatro de la Universidad Popular.


Pese a lo obvio de mi siguiente afirmación, reitero que el monólogo es un arte sumamente difícil de interpretar. Requiere de una habilidad extraordinaria. Un actor o actriz deben poseer técnicas y cualidades lo suficientemente pulidas para desarrollar un rol de principio a fin sin aburrir, cansar o crear indiferencia en el espectador.

El Cuervo

El actor Antonio Valenzuela abrió con un drama sobre la vida de Edgar Allan Poe. El título del monólogo es el mismo de uno de los poemas más famosos del escritor, El Cuervo. Su contenido psicológico –el del poema y de esta representación- ahonda en las profundidades del ser. Particularmente, este personaje interpretado por Valenzuela nos revela una vida atormentada, melancólica, mortuoria, alcohólica; es la vida de Poe bañada de una atmósfera siniestra.

Valenzuela es un actor audaz. Sabe calar por los resquicios de la penumbra. Su voz y gesto acompasan la hondura del personaje. Nada en Valenzuela sobra, nada en él falta, ni en esta ni en obras anteriores. Su estilo queda identificado desde que aparece en escena hasta el saludo final, el cual  hace de con una rodilla al suelo, ante el público que le aplaude. Es esa especie de actor clásico en extinción, de esos caballeros de un teatro disciplinario cada vez más lejano.

Fue el homenajeado de la tarde. Valenzuela celebró 28 años sobre las tablas. Merecía, sin embargo, una mejor producción. Fue lanzado al escenario sin más que un traje negro, una botella de alcohol y una silla. Ciertamente, el monólogo puede ser desarrollado hasta con menos que eso. Pero en este caso, el cuervo es un personaje de relevancia y requería, si no su sombra, al menos su graznido a tiempo, como lo pedía el personaje. Lo digo porque cuando  grita horrorizado que escuchó el tenebroso graznido de un cuervo, suena la grabación de un pajarito que se aleja. Eso sucede en dos oportunidades. Tampoco la música llegaba puntual, ni los toques en la puerta, medulares en esta obra.
La comunión que hubo entre el público y el actor,  el baño de aplausos tan merecido, se los debemos a Valenzuela,  actor al que siempre da gusto apreciar en las tablas. Con él en cartelera, sabemos que habrá  buena actuación.


José Mario Massella, monólogo El monstruo

La obra describe las consecuencias del  odio social cuando rechaza lo que no comprende. Un personaje de rostro y brazo desfigurados explica cómo desde niño sufría por ser distinto. Era amigable, inofensivo, pero tuvo que huir de quienes se espantaban con su presencia. Los niños y los adultos lo apedreaban y amenazaban. Víctima de la maldad, se hunde en la soledad hasta que lo buscan (puede uno imaginarse las antorchas bajando por alguna colina, a lo lejos) para matarlo.

El monstruo es un personaje víctima de la sociedad irracional que acorrala y destruye al prójimo. Este monólogo da como para profundizar en vías sociológicas, antropológicas o semiológicas por su riqueza de contenido, pero daré relevancia a la calidad artística del intérprete.  No sin antes referirme al mensaje.
Cuando una persona es diferente al resto, es marginada. Cuando esa diferencia es física, la sociedad es todavía más cruel.  Las comunidades (poblaciones enteras, de barrio, estudiantiles, etcétera) pueden ser agresivas con quien es físicamente distinto.
La monstruosidad de una persona, nos dice esta obra, no existe. Adentro de ese monstruo habita un ser humano frágil, de anhelos castrados.

José Mario Massella construye un personaje que se desarrolla en los escenarios descritos. Logra transmitir, con elocuencia, esas emociones.  Explica en cada gesto, punto por punto, la angustia del monstruo.  Algo sobresaliente en Massella es que procrea un monstruo inédito. No repite una figura vista. Da a luz, con la gravedad de su voz, con su variedad tonal, a un personaje que desentraña el agobio, la injusticia, la miseria.
Este actor hurga en el corazón del individuo/personaje/ monstruo y nos lo muestra, ya en voz alta, ya en voz baja, con la amargura sentida.  Alguna lágrima brota del monstruo –jamás sobreactuada- algún enojo, un arrebato, la frustración, todo nos hace conocer las causas y consecuencias de su infelicidad. Tarea difícil, lograda por este actor que tiene algo que parece vocación innata, mucho de gusto por lo que hace y, ante todo, elocuencia. En El monstruo, valoramos la verosimilitud al personaje y valoramos con profundo respeto al actor.



Ruidos, stand up comedy, etc.

El Festival de acto único tuvo en su contra la irresponsabilidad de un público que dejó encendidos sus teléfonos; murmullos, tacones que salen o entran,  lo cual sucede –o sucedía- solo en los cafés teatro. Además, niños que lloran. Aclaro de una vez por todas que los niños no tienen la culpa de aburrirse o desesperarse. Un niño llora y es normal. De hecho, justo es ofrecerles la libertad del llanto. Lo imprudente es llevarlos a una sala de teatro donde se exige la concentración de los actores y el respeto al silencio de los espectadores.

Por otra parte, me referí solo a dos de los monólogos porque el resto -salvo Carlos Porras, quien en género comedia hizo lo que le corresponde y con su particular talento- hubo demasiada intromisión protocolaria, entrega de diplomas entre una obra y otra, ensalzamientos y una aburrida lectura de currículos; todo un insulto al público que pagó por ver un festival de monólogos.
Una actividad de este tipo necesita de un balance, una dosificación de los participantes para que se conozca la variedad del género.  Digo esto porque la presentación de Willy Samayoa -quien, tengo entendido que además es el productor- fue demasiado extensa. Un monólogo tiene que ser muy bueno para prolongarse. Si es interesante, el tiempo no cuenta. En su participación, sin embargo, hubo mucho de goce personal.  Es evidente que este actor tiene ciertas cualidades de canto, baile, locución, e hizo una demostración de todo eso, pero reunido no compensa el pobre desarrollo de su personaje.
Su trabajo, titulado Actor, intentó describir a un fallecido, sus cuitas, irreverencias como maestro, amigo y otros detalles, pero el resultado es insustancial, no por el personaje de la historia, sino porque sencillamente está muerto de principio a fin en el actor.

El festival concluyó con un  stand-up comedy con el tema del amor y la tecnología, por Jorge Noguera. Moralizante, intimista, personalista, nos encamina hacia la importancia de la atención a la pareja, "al buen uso de los recursos tecnológicos" a la hora de buscar o de estar en pareja. Es el colmo. ¿Desde cuándo un stand-up comedy tiene que ser moralizante? ¿Y desde cuándo se mezcla un género teatral como el monólogo con un espectáculo de entretenimiento como es el stand-up comedy?

No importarían estos y otros detalles si se tratara de un cierre de actividades escolares, de una función benéfica, de algo llevado gratis para Navidad a un hospicio, pero es grave cuando se trata de un festival, cobrado, en un sitio destinado al teatro, al buen teatro.