El tiempo atraviesa vidas humanas, implacablemente, a través de siglos y generaciones.
El tiempo barre con las personas, las violenta en medio de sus tempestades, pero a la vez crea horizontes apacibles y estados letárgicos. Solo hay una manera de inmovilizarlo —toda bestia, domesticada o no, tiene sus limitaciones—. Es cuando el arte lo petrifica (aunque sea por medio de sus fantasías). Es entonces cuando el espectador se maravilla ante una pintura de Canaletto, ante una construcción romana o ante un edificio teatral bien construido. Es el caso, este último, de La edad de la ciruela, obra del argentino Arístides Vargas que actúan por estos días dos mujeres de gran experiencia.
La cubana Mercedes Blanco y la guatemalteca Patricia Orantes interpretan a Eleonora, Celina, las abuelas María y Gumersinda, la Tía Adriática, Francisca y Blanquita. Niñas, jóvenes o viejas, son todas mujeres atornilladas a una rutina social y psicológica.
Estamos frente a una obra de teatro de alta belleza textual, amena, divertida y triste. Estamos ante dos actrices que tienen extraordinarias posibilidades técnicas y estéticas.
La edad de la ciruela tiene como punto de partida el instante cuando Eleonora (Orantes) describe a Celina (Blanco) detalles de su madre moribunda. A partir de ese momento ambas evocan a las demás mujeres de su familia.
Bien valoramos de este montaje tanto el texto como las excelentes actuaciones, además de su diseño visual. La escenografía empleada para este montaje es un creativo dispositivo que da nuevos tonos a la historia y a las acciones de los personajes. Tiempo y espacio fueron dotados de códigos (aros de bicicletas, por ejemplo) que lejos de protagonizar, y aún más lejos de solo ornamentar, copulan con el texto de forma perfecta. Lo mismo opinamos del vestuario. Mas lo extraordinario —repetimos— son las actuaciones. Experimentadas hasta las cachas, Blanco y Orantes poseen ese Infernum, además del suficiente oro — bien cribado— con el que construyen la pieza.
Mercedes Blanco es dueña de una destreza tan natural como adquirida, disciplinada, de gracia voraz, con lo cual logra materializar la inagotable belleza semiológica que contiene la obra. Al verla comprendemos el porqué esta cubana está entregada en cuerpo y alma al teatro; ha fundado grupos teatrales en Guatemala, ha sido directora de varios y muy buenos actores, pero, ante todo, es esa gran actriz a la que vemos rebrotar a cada instante sobre las tablas, y actuar con irrefrenable convicción sobre sus personajes mostrándonoslos de ida y venida, de frente y por dentro. Blanco actúa hasta con los pulgares de los pies (literalmente) cuando interpreta a la tía loca. Esto, acaso imperceptible, es uno de esos detalles que son pequeños como una cerradura, pero que abren los enormes portones de la creatividad.
Patricia Orantes es una actriz de puntería. Conoce el terreno como la palma de su mano. Aun cuando cada obra de teatro es siempre nueva, como un amanecer, sabemos que ella tiene la linterna y los viáticos para el camino. Por así decirlo, si Blanco pone la cerradura, Orantes pone la llave. Mas lo mejor de Orantes es que, aun cuando actúa con los lineamientos bien claros, de pronto es una cazadora que se lanza al fango, cruza pantanos y ve de noche. Nos sorprende de Patricia Orantes su decisión de abrir nuevos caminos de expresión. Su libertad creadora, su aplomo y el control nítido que tiene sobre sus personajes son su mejor mezcla.
Es una obra que el público aplaude con enorme contento. No es para menos: se han llevado a escena acciones tan bien plantada capaces de provocar cierto regocijo interno.
(Mi otro Blog, bienvenido/as a: La Era del Moscardón: http://www.juancarloslemus.com/)
El tiempo barre con las personas, las violenta en medio de sus tempestades, pero a la vez crea horizontes apacibles y estados letárgicos. Solo hay una manera de inmovilizarlo —toda bestia, domesticada o no, tiene sus limitaciones—. Es cuando el arte lo petrifica (aunque sea por medio de sus fantasías). Es entonces cuando el espectador se maravilla ante una pintura de Canaletto, ante una construcción romana o ante un edificio teatral bien construido. Es el caso, este último, de La edad de la ciruela, obra del argentino Arístides Vargas que actúan por estos días dos mujeres de gran experiencia.
La cubana Mercedes Blanco y la guatemalteca Patricia Orantes interpretan a Eleonora, Celina, las abuelas María y Gumersinda, la Tía Adriática, Francisca y Blanquita. Niñas, jóvenes o viejas, son todas mujeres atornilladas a una rutina social y psicológica.
Estamos frente a una obra de teatro de alta belleza textual, amena, divertida y triste. Estamos ante dos actrices que tienen extraordinarias posibilidades técnicas y estéticas.
La edad de la ciruela tiene como punto de partida el instante cuando Eleonora (Orantes) describe a Celina (Blanco) detalles de su madre moribunda. A partir de ese momento ambas evocan a las demás mujeres de su familia.
Bien valoramos de este montaje tanto el texto como las excelentes actuaciones, además de su diseño visual. La escenografía empleada para este montaje es un creativo dispositivo que da nuevos tonos a la historia y a las acciones de los personajes. Tiempo y espacio fueron dotados de códigos (aros de bicicletas, por ejemplo) que lejos de protagonizar, y aún más lejos de solo ornamentar, copulan con el texto de forma perfecta. Lo mismo opinamos del vestuario. Mas lo extraordinario —repetimos— son las actuaciones. Experimentadas hasta las cachas, Blanco y Orantes poseen ese Infernum, además del suficiente oro — bien cribado— con el que construyen la pieza.
Mercedes Blanco es dueña de una destreza tan natural como adquirida, disciplinada, de gracia voraz, con lo cual logra materializar la inagotable belleza semiológica que contiene la obra. Al verla comprendemos el porqué esta cubana está entregada en cuerpo y alma al teatro; ha fundado grupos teatrales en Guatemala, ha sido directora de varios y muy buenos actores, pero, ante todo, es esa gran actriz a la que vemos rebrotar a cada instante sobre las tablas, y actuar con irrefrenable convicción sobre sus personajes mostrándonoslos de ida y venida, de frente y por dentro. Blanco actúa hasta con los pulgares de los pies (literalmente) cuando interpreta a la tía loca. Esto, acaso imperceptible, es uno de esos detalles que son pequeños como una cerradura, pero que abren los enormes portones de la creatividad.
Patricia Orantes es una actriz de puntería. Conoce el terreno como la palma de su mano. Aun cuando cada obra de teatro es siempre nueva, como un amanecer, sabemos que ella tiene la linterna y los viáticos para el camino. Por así decirlo, si Blanco pone la cerradura, Orantes pone la llave. Mas lo mejor de Orantes es que, aun cuando actúa con los lineamientos bien claros, de pronto es una cazadora que se lanza al fango, cruza pantanos y ve de noche. Nos sorprende de Patricia Orantes su decisión de abrir nuevos caminos de expresión. Su libertad creadora, su aplomo y el control nítido que tiene sobre sus personajes son su mejor mezcla.
Es una obra que el público aplaude con enorme contento. No es para menos: se han llevado a escena acciones tan bien plantada capaces de provocar cierto regocijo interno.
(Mi otro Blog, bienvenido/as a: La Era del Moscardón: http://www.juancarloslemus.com/)