Es noche de gala. En el público hay desde niños que a ratos lanzan algún grito desde los brazos de sus madres, hasta personas canosas vestidas de impecables trajes negros.
Afuera hay estacionados vehículos del año, y también chatarras de los años 1980.
Está a punto de comenzar el concierto que ofrecerá la Orquesta Sinfónica Juvenil Municipal de la Ciudad de Guatemala, que interpretará a Mozart (Concierto para piano y orquesta K. 28) y a Dvorak (Sinfonía del Nuevo Mundo). El pianista invitado es el maestro italiano Giuseppe Giusta.
Es la noche del jueves 22 de octubre. La sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias tiene ocupada la mayoría de sus mil 902 butacas.
Antes de la presentación se proyecta un video que nos informa: “7 de cada 10 niños con cáncer pueden salvarse”. El concierto es a beneficio de la fundación “Ayúdame a vivir” (www.ayuvi.com.gt).
Ingresan los jóvenes de la orquesta (aplausos). Son unos 80 estudiantes de la Escuela Municipal de Música, que está instalada en el antiguo Edificio de Correos, un hermoso edificio ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad. Toman sus lugares, afinan, hojean las partituras, dan vistazos a los pentagramas, tosen. De pronto, entra el director (aplausos), Bruno Campo (28 años de edad). Luego de saludar, levanta la batuta y todo queda en completo silencio (casi completo, pues recordemos que hay niños). La deja caer y comienza la marea y el torbellino.
Serán los críticos de música académica quienes explicarán —o enredarán— al lector con sus aseveraciones. Lo mío, lo que con gusto les comparto, es algo que llamó mucho mi atención y describo a continuación.
Es una orquesta que tiene apenas tres años de haber sido fundada; los músicos que la integran forman parte de un programa municipal, donde por recibir clases pagan Q25 al mes (unos 3 dólares, un poco más de 2 euros al mes). De manera que son, aparentemente, jóvenes inexpertos, tanto que acaso se podría creer que son simples diletantes interesados en armar una orquesta. Pero no es así. Para empezar, los violines, los chelos y las violas; los contrabajos, las trompetas, las flautas, los oboes; es decir, todo mundo en esa orquesta -hasta el de los timbales-, irradia un gozo físico excepcional; mueven sus cuerpos mientras ejecutan, casi danzan.
En nuestros países tropicales —tan alegres— no siempre tenemos músicos relajados, sino que algunos son tan tiesos como la regla de un profesor de escuela. Enfatizo que solo algunos, porque sería injusto calificar de troncos enraizados a muchos de nuestros grandes músicos. Es más, aclaro que nuestras orquestas sinfónicas, de cámara y similares tienen, por supuesto, mucho más nivel que una orquesta joven recién surgida, aunque hay algo en esta muy bello y es una marea, son olas de vitalidad, es el movimiento de los cuerpos mientras tocan. Esta orquesta danza con una energía –perdonen si parece exagerada mi comparación- semejante a la que tienen ciertas orquesta europeas, como la Filarmónica de Berlín.
No digo que una alegría manifiesta garantice una mejor ejecución, pero sí que los músicos engendrando vaivenes logran compartir mucho más sus emociones.
El currículo del director titular Bruno Campo puede ser rastreado en la Red, pero lo resumiré, con gusto. Debutó como director de orquesta a los 14 años de edad; ha participado en orquestas venezolanas, también en la de Jóvenes Latinoamericanos (dirigida nada más y nada menos que por Claudio Abbado) y ha recibido talleres con maestros de la filarmónica de Berlín y la de Bamberg. Seguramente todavía no es suficiente, pero es bastante más que lo normal y este joven director hace volar a la orquesta. La hace pegar de saltos junto con él. La conduce con una energía que seguramente sobrecalienta los instrumentos. La noche cierra con un dulce y alegre danzón. En la sala, como decía al principio, hay un público variopinto y eso se debe a que ev9identemente asisten los familiares de los jóvenes. Madres, sobrinos, tíos, abuelos y vecinos; además hay extranjeros (varios italianos, acaso por el pianista invitado).
Lo que se está haciendo con este programa de la municipalidad es grandioso para el arte y la cultura. No me cabe la menor duda de que este joven director dará de qué hablar en un futuro muy próximo, y lo mismo opino de la orquesta.
(Mi otro Blog, bienvenido/as a:
La Era del Moscardón:
http://www.juancarloslemus.com
Afuera hay estacionados vehículos del año, y también chatarras de los años 1980.
Está a punto de comenzar el concierto que ofrecerá la Orquesta Sinfónica Juvenil Municipal de la Ciudad de Guatemala, que interpretará a Mozart (Concierto para piano y orquesta K. 28) y a Dvorak (Sinfonía del Nuevo Mundo). El pianista invitado es el maestro italiano Giuseppe Giusta.
Es la noche del jueves 22 de octubre. La sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias tiene ocupada la mayoría de sus mil 902 butacas.
Antes de la presentación se proyecta un video que nos informa: “7 de cada 10 niños con cáncer pueden salvarse”. El concierto es a beneficio de la fundación “Ayúdame a vivir” (www.ayuvi.com.gt).
Ingresan los jóvenes de la orquesta (aplausos). Son unos 80 estudiantes de la Escuela Municipal de Música, que está instalada en el antiguo Edificio de Correos, un hermoso edificio ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad. Toman sus lugares, afinan, hojean las partituras, dan vistazos a los pentagramas, tosen. De pronto, entra el director (aplausos), Bruno Campo (28 años de edad). Luego de saludar, levanta la batuta y todo queda en completo silencio (casi completo, pues recordemos que hay niños). La deja caer y comienza la marea y el torbellino.
Serán los críticos de música académica quienes explicarán —o enredarán— al lector con sus aseveraciones. Lo mío, lo que con gusto les comparto, es algo que llamó mucho mi atención y describo a continuación.
Es una orquesta que tiene apenas tres años de haber sido fundada; los músicos que la integran forman parte de un programa municipal, donde por recibir clases pagan Q25 al mes (unos 3 dólares, un poco más de 2 euros al mes). De manera que son, aparentemente, jóvenes inexpertos, tanto que acaso se podría creer que son simples diletantes interesados en armar una orquesta. Pero no es así. Para empezar, los violines, los chelos y las violas; los contrabajos, las trompetas, las flautas, los oboes; es decir, todo mundo en esa orquesta -hasta el de los timbales-, irradia un gozo físico excepcional; mueven sus cuerpos mientras ejecutan, casi danzan.
En nuestros países tropicales —tan alegres— no siempre tenemos músicos relajados, sino que algunos son tan tiesos como la regla de un profesor de escuela. Enfatizo que solo algunos, porque sería injusto calificar de troncos enraizados a muchos de nuestros grandes músicos. Es más, aclaro que nuestras orquestas sinfónicas, de cámara y similares tienen, por supuesto, mucho más nivel que una orquesta joven recién surgida, aunque hay algo en esta muy bello y es una marea, son olas de vitalidad, es el movimiento de los cuerpos mientras tocan. Esta orquesta danza con una energía –perdonen si parece exagerada mi comparación- semejante a la que tienen ciertas orquesta europeas, como la Filarmónica de Berlín.
No digo que una alegría manifiesta garantice una mejor ejecución, pero sí que los músicos engendrando vaivenes logran compartir mucho más sus emociones.
El currículo del director titular Bruno Campo puede ser rastreado en la Red, pero lo resumiré, con gusto. Debutó como director de orquesta a los 14 años de edad; ha participado en orquestas venezolanas, también en la de Jóvenes Latinoamericanos (dirigida nada más y nada menos que por Claudio Abbado) y ha recibido talleres con maestros de la filarmónica de Berlín y la de Bamberg. Seguramente todavía no es suficiente, pero es bastante más que lo normal y este joven director hace volar a la orquesta. La hace pegar de saltos junto con él. La conduce con una energía que seguramente sobrecalienta los instrumentos. La noche cierra con un dulce y alegre danzón. En la sala, como decía al principio, hay un público variopinto y eso se debe a que ev9identemente asisten los familiares de los jóvenes. Madres, sobrinos, tíos, abuelos y vecinos; además hay extranjeros (varios italianos, acaso por el pianista invitado).
Lo que se está haciendo con este programa de la municipalidad es grandioso para el arte y la cultura. No me cabe la menor duda de que este joven director dará de qué hablar en un futuro muy próximo, y lo mismo opino de la orquesta.
(Mi otro Blog, bienvenido/as a:
La Era del Moscardón:
http://www.juancarloslemus.com