jueves, 17 de diciembre de 2009

Tres viejos Mares, obra del argentino Arístides Vargas llevada a escena por tres centroamericanos


El teatro de Bellas Artes de Guatemala es como un enorme diente cariado.
Adentro, además de fríos muros y asientos deteriorados como las encías de un viejo, contiene un enorme vacío que se eriza a lo largo de varios metros por encima de las butacas hasta el techo.

Tan gélido espacio es calentado —aunque ahora sólo muy de vez en cuando— por una que otra compañía teatral que se anima a usar sus tablas en un sitio ubicado a pocos metros de El Gallito y del Centro Histórico.
El viernes recién pasado tocó el turno a Tres viejos mares, una historia de tres ancianos apostados frente al océano.
El autor del drama es el argentino Arístides Vargas. La obra fue actuada por la guatemalteca Patricia Orantes como Piedad; el hondureño Édgar Valeriano como Marcial, y el salvadoreño Omar Renderos como Nicasio.
A mí me tocó la parte derecha lateral de adentro de la muela cariada, donde es más difícil escuchar los parlamentos, de manera que no pude enterarme de todo. Por esta razón, para evitar quedarme con una apreciación pobre, al día siguiente asistí a ver de nuevo la obra, esta vez al Centro de Cooperación Española, en Antigua Guatemala.
Esta segunda presentación fue ofrecida en el salón de usos múltiples de ese lugar, donde es muy difícil observar el cuadro escenográfico completo debido a que no es una sala de teatro, sino un espacio sin tarima, improvisado para el efecto. Allí no pude verla, pero sí escucharla porque la sala tiene buena acústica.
De manera que vi la obra el viernes, en Bellas Artes, y la escuché el sábado, en la Cooperación. Armé así un rompecabezas que me nutrió tanto que me jacto de haber apreciado el paso por Guatemala de Tres viejos mares más que cualquier otro espectador.
La obra, estrenada en Quito este año, trata de tres amigos viejos. Una ex trabajadora de correos, un militar que solo llegó a sargento y un seudoabogado sostienen conversaciones interesantes. Para cualquier sociedad, los viejos suelen ser algo menos que un estorbo, pero, en esta obra, Arístides Vargas nos los muestra divertidos, contradictorios y hasta mentirosos. En otras palabras, de viejos somos una prolongación de lo que hemos sido toda la vida.
Los amigos observan buques o aviones, muertos, migrantes y algún crustáceo, todo insuflado de una intensa actitud reflexiva, tanto así que Arístides Vargas nos devuelve la credibilidad en los dramaturgos de nuestra época, muchos de ellos más empeñados en la performance que en la profundidad ecuatorial del ser humano. Este autor logra que cada oración de su obra sea importante para cuestionar la vida, la inmensidad, el tiempo, el dolor y la felicidad.

En cuanto a las actuaciones, Orantes, Valeriano y Renderos son tres lúcidos actores centroamericanos; algo de lo más granado que podemos encontrar en la región. En esta obra, como en otras, abordan sus roles con el corazón y con gran elocuencia. Algo innecesario en esta ocasión, me parece, es el abuso del localismo “papá” por parte del salvadoreño Renderos.
Además, si bien las presentaciones se llevan los encomios dignos de artistas bien troquelados, justo es señalar que Renderos y Valeriano, a diferencia de Orantes, estaban más cerca de ser dos cincuentones fornidos que dos viejos mares. Dejan la duda de cómo sería si ambos actores hubieran envejecido a sus personajes unos 20 años más, de manera que habríamos tenido delante a viejos intratextualmente potentes y no a robustos adultos envejecidos a fuerza de texto y de maquillaje.
Dirección de Arístides Vargas y Charo Francés.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Manifestarte: Danzan Pie de Lana con Juan de Corz en el Cerro del Carmen

Rechinan por séptimo año consecutivo las guitarras en estas tierras de Pie de Lana.
Estamos en el Cerro del Carmen. Es el fin de semana recién pasado cuando se celebra el festival Manifestarte.
—Para quienes no lo supieran, Pie de Lana fue un ladrón del siglo XIX que, cuenta la leyenda, robaba a los ricos para dárselo a los pobres y que fue colgado en un aguacatal estirado justo detrás del templo, en la cima desde donde se otea el sur del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala—.
Las trompetas devuelven la inhalación convertida en jazz, y asciende la música sobre la colina. Estamos al aire libre y hay música para todos los gustos; hay ritmos interpretados por músicos de todas las marcas. En el ambiente flotan el genérico jazz, el rabioso rock, los vetustos boleros y los tristes trovadores, todas las notas musicales vuelan abrazadas como alegres borrachas que pasean sobre las tierras de Juan de Corz.
—Para quienes no lo supieran, la ermita del Cerro del Carmen fue fundada por nuestro lujurioso y simpático héroe Juan de Corz, allá por el siglo XVII. Hoy es la ermita más bella del mundo, millones de veces fotografiada por turistas nacionales y extranjeros—.
Además, hay poesía, pintura, fotografía, teatro y danza. Los asistentes se congregan y disgregan por las faldas del legendario lugar.
Durante estos dos días, el Cerro acuna, como si fueran hermanos, al arte clásico y al de los mochileros. Es interesante ver cómo en un mismo sitio maman de la misma tierra bardos de tan opuestos bandos y estilos. Por ejemplo, exponen sus pinturas tanto paisajistas como artistas contemporáneos; ejecutan —casi hasta despedazarla— su guitarra los músicos de rock y los raperos se desgañitan en malabares verbales. Hay escritores de esos que hablan de la patria, de las flores y de inasibles musas que se postran con reverencia ante la santa rima, y otros que ladran versos que contienen paisajes lésbicos, falos, vulvas y melancolía existencial.
Además, Manifestarte logra reunir a personas de casi todos los estratos económicos que acuden a escuchar el tañido de los tambores que sueltan los poetas, las maracas y los pintores.
El lema de este año es “Arte por un mundo más humano”.
Aquí todo es hermandad, tolerancia y vivacidad. Lo que nos preguntamos después del festival, a manera de reflexión final, es ¿qué mal karma impide que la ciudad sea un Manifestarte permanente?
Vivimos en un lodazal increíblemente ancho y hondo, todos los días. La crueldad cotidiana es profunda. Guatemala es un país reprimido por la violencia. Lastimosamente, solo de cuando en cuando (¡tan solo una vez al año!) la Policía y sus secuaces dan feriado a los criminales.
Nos alegramos con los organizadores de Manifestarte, todos voluntarios, por tan elevado logro que atañe al espíritu y la recreación; han tenido la misión de prender la mecha hace ya siete años y consiguen recordarnos que ese es el estado natural del ser humano: la convivencia, el respeto y la tolerancia. Este y otros festivales similares son los que devuelven a la ciudad la paz que le es robada diariamente.
Larga vida a Manifestarte, fiesta anual en la que danzan Pie de Lana con Juan de Corz, embriagados de tostadas y atol de elote en el Cerro del Carmen.



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La Era del Moscardón: