jueves, 29 de octubre de 2009

Acerca del Concierto de la Sinfónica Juvenil Municipal

Es noche de gala. En el público hay desde niños que a ratos lanzan algún grito desde los brazos de sus madres, hasta personas canosas vestidas de impecables trajes negros.

Afuera hay estacionados vehículos del año, y también chatarras de los años 1980.

Está a punto de comenzar el concierto que ofrecerá la Orquesta Sinfónica Juvenil Municipal de la Ciudad de Guatemala, que interpretará a Mozart (Concierto para piano y orquesta K. 28) y a Dvorak (Sinfonía del Nuevo Mundo). El pianista invitado es el maestro italiano Giuseppe Giusta.

Es la noche del jueves 22 de octubre. La sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias tiene ocupada la mayoría de sus mil 902 butacas.

Antes de la presentación se proyecta un video que nos informa: “7 de cada 10 niños con cáncer pueden salvarse”. El concierto es a beneficio de la fundación “Ayúdame a vivir” (www.ayuvi.com.gt).

Ingresan los jóvenes de la orquesta (aplausos). Son unos 80 estudiantes de la Escuela Municipal de Música, que está instalada en el antiguo Edificio de Correos, un hermoso edificio ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad. Toman sus lugares, afinan, hojean las partituras, dan vistazos a los pentagramas, tosen. De pronto, entra el director (aplausos), Bruno Campo (28 años de edad). Luego de saludar, levanta la batuta y todo queda en completo silencio (casi completo, pues recordemos que hay niños). La deja caer y comienza la marea y el torbellino.

Serán los críticos de música académica quienes explicarán —o enredarán— al lector con sus aseveraciones. Lo mío, lo que con gusto les comparto, es algo que llamó mucho mi atención y describo a continuación.
Es una orquesta que tiene apenas tres años de haber sido fundada; los músicos que la integran forman parte de un programa municipal, donde por recibir clases pagan Q25 al mes (unos 3 dólares, un poco más de 2 euros al mes). De manera que son, aparentemente, jóvenes inexpertos, tanto que acaso se podría creer que son simples diletantes interesados en armar una orquesta. Pero no es así. Para empezar, los violines, los chelos y las violas; los contrabajos, las trompetas, las flautas, los oboes; es decir, todo mundo en esa orquesta -hasta el de los timbales-, irradia un gozo físico excepcional; mueven sus cuerpos mientras ejecutan, casi danzan.

En nuestros países tropicales —tan alegres— no siempre tenemos músicos relajados, sino que algunos son tan tiesos como la regla de un profesor de escuela. Enfatizo que solo algunos, porque sería injusto calificar de troncos enraizados a muchos de nuestros grandes músicos. Es más, aclaro que nuestras orquestas sinfónicas, de cámara y similares tienen, por supuesto, mucho más nivel que una orquesta joven recién surgida, aunque hay algo en esta muy bello y es una marea, son olas de vitalidad, es el movimiento de los cuerpos mientras tocan. Esta orquesta danza con una energía –perdonen si parece exagerada mi comparación- semejante a la que tienen ciertas orquesta europeas, como la Filarmónica de Berlín.

No digo que una alegría manifiesta garantice una mejor ejecución, pero sí que los músicos engendrando vaivenes logran compartir mucho más sus emociones.

El currículo del director titular Bruno Campo puede ser rastreado en la Red, pero lo resumiré, con gusto. Debutó como director de orquesta a los 14 años de edad; ha participado en orquestas venezolanas, también en la de Jóvenes Latinoamericanos (dirigida nada más y nada menos que por Claudio Abbado) y ha recibido talleres con maestros de la filarmónica de Berlín y la de Bamberg. Seguramente todavía no es suficiente, pero es bastante más que lo normal y este joven director hace volar a la orquesta. La hace pegar de saltos junto con él. La conduce con una energía que seguramente sobrecalienta los instrumentos. La noche cierra con un dulce y alegre danzón. En la sala, como decía al principio, hay un público variopinto y eso se debe a que ev9identemente asisten los familiares de los jóvenes. Madres, sobrinos, tíos, abuelos y vecinos; además hay extranjeros (varios italianos, acaso por el pianista invitado).

Lo que se está haciendo con este programa de la municipalidad es grandioso para el arte y la cultura. No me cabe la menor duda de que este joven director dará de qué hablar en un futuro muy próximo, y lo mismo opino de la orquesta.



(Mi otro Blog, bienvenido/as a:
La Era del Moscardón:
http://www.juancarloslemus.com

jueves, 22 de octubre de 2009

Sobre el cierre de Metrópolis Contemporánea, programa cultural radial de Ángel Elías/ Un asunto de vergonzosa mezquindad

Esta semana (la tercera de octubre) fue clausurado el programa Metrópolis Contemporánea que dirigió, en la estatal Radio Faro Cultural durante cinco años, el escritor Ángel Elías.

Ante esa noticia, uno se pregunta por qué razón se suele cortar la cabeza de aquellos que con entusiasmo salen a la superficie para colaborar con otros.
Es una locura impedir el avance honrado de quienes con tesón hacen aportes culturales e incluso gastan el dinero de sus propios bolsillos.

Ángel Elías publicó más de 250 entrevistas hechas a músicos, cantantes, escritores, pintores, actrices, directores de teatro; en fin, a muchos de los más importantes artistas nacionales y a algunos extranjeros.
Elías no solo no cobró un centavo, sino además puso de lo suyo para trasladarse en bus extraurbano desde su natal San Martín Jilotepeque. Muchas veces se vio asediado por sus compromisos estudiantiles y laborales, pero jamás dejó de transmitir. No era un aficionado interesado en lucir a costa de los demás; sus intenciones no eran mezquinas; lo suyo era puro y sencillo, pero efectivo y de enorme valor documental.
Dentro de 10 o más años, quienes deseen ponerse al tanto del quehacer cultural del país, deberán hacer una parada obligatoria en sus entrevistas en las que escucharán la voz de personas como Dante Liano, Tasso Hadjidodou, María Teresa Martínez, Gustavo Palma Murga, Guillermo Paz Cárcamo, los integrantes de Alux Nahual, o del último que salió al aire: el gran pintor Miguel Ángel Pérez. Podría extenderme aquí citando a cientos de nombres.
Pero el sábado recién pasado, quienes acostumbrábamos sintonizar su programa nos encontramos con un segmento musical. A él ni siquiera le informaron que ya no publicarían su última entrevista —la cual hizo a Jesús Fernández, del Salón del Libro Iberoamericano, desde Asturias, España—. Y tenía en lista nada más y nada menos que al chileno Luis Sepúlveda (el autor de El viejo que leía novelas de amor; Nombre de torero; La locura de Pinochet, etc.)
Es decir, el programa se expandía. Aprendía a moverse por otros lugares del planeta oxigenando así las adormecidas ondas culturales del país.
Mas el lunes, cuando Elías llegó a grabar, el director de Radio Faro, el Sr. Antonio Juárez, lo llamó a su oficina para informarle que su programa quedaba clausurado. ¿La razón? Ángel Elías había estado “ganando” demasiado protagonismo y hasta parecía que estaba “representando a Radio Faro”.

¿Ganar protagonismo es ganar amistades? ¿Es ser entrevistado en los medios de comunicación? ¿Le molestó al director que esos cinco años de transmisión fueran celebrados por el Centro Cultural de España.
¿Ganar protagonismo es que haya sido invitado a un desayuno por parte de los promotores culturales? ¿Es una amenaza ser apreciado por los artistas? ¿Son esos los parámetros de representatividad cultural que considera importantes el director de una institución tan imponente como lo es —o debería ser— Radio Faro Cultural?

Ángel Elías merecía algo más que un dedo apuntando hacia la puerta de salida. Es vergonzoso.
En Guatemala, con las primeras lluvias de mayo, suelen brotar del suelo nuevos proyectos que crecen verdes; la tierra es fértil, echan hojas, pero de un momento a otro se asoma cualquiera con su camión a dejarle caer encima piedras y basura.

Las últimas entrevistas hechas por Ángel Elías pueden ser escuchadas en www.arteradial.blogspot.com
O si desea enviarle su agradecimiento —o condolencia—, este es su correo electrónico: culturaradio@yahoo.com


(Mi otro Blog, bienvenido/as a:
La Era del Moscardón:

jueves, 15 de octubre de 2009

¿Cultura o farándula?

En algunos periódicos de Centroamérica —y del mundo—, el periodismo cultural es visto como un florero que igual adorna o estorba.

El periodista cultural, por su parte y en varios casos, es considerado el ocioso del diario, el que se va de tragos con los pintores; el que escribe una gacetilla sobre un recital de guitarra y otra sobre el cumpleaños de Saramago. Es visto como el encargado de recordarnos natalicios de gente famosa… En sus excesos, es el gato que reposa en el sofá y se eriza con una ópera. Es más, muchos estudiantes de periodismo eligen hacer sus prácticas en las secciones culturales porque creen que allí ganarán con facilidad.
A decir verdad, son los mismos periodistas culturales, muchas veces, quienes han dado la pauta a todo ello, desde los remotos tiempos de cuando grababan sus notas sobre planchas de piedra. La razón es que no siempre se tiene vocación. El periodista, muchas veces, no quiere convertirse en caza noticias de perros aplastados y prefiere hacer su real y soberano ingreso al mundo de los haraganes y glamorosos periodistas culturales.
No puedo imaginar a un periodista de esas secciones al que no le guste asistir a una galería de arte, a un concierto de rock o a un mercado. Y es que el periodismo cultural es más que observar ballet. Es una decidida ciencia y pasión que arrastra una monstruosa necesidad de comerse lo visto, de tragarse vorazmente lo escuchado y devolverlo escrito, así sea un concierto de música pop o de guitarra acústica. Esos y otros detalles nos los recordó uno de los mejores periodistas culturales del mundo, de habla hispana; su nombre es Jesús Ruiz Mantilla, escritor y periodista de El País Semanal, quien asistió con nosotros —algunos periodistas culturales de Centroamérica y del Caribe— la semana pasada a un taller sobre el tema, en Costa Rica.

Algo interesante es que en nuestros países la cultura es vista todavía como un segmento hecho por —y para— la élite. Algunos dinosaurios todavía consideran que el hip hop o los mariachis no son temas culturales. Afortunadamente, eso es cada día más absurdo. Farándula y cultura se vienen fundiendo desde hace tiempo, queramos o no.
Hace muchos años, cuando no había Internet, se decidió establecer la diferencia entre las Bellas Artes y música al estilo de lo que hoy serían Los Tigres del Norte, por ejemplo. Eso ha cambiado. Pero, ojo, no es asunto solo de mezclar informaciones en una página para estar a la moda. No es solamente asunto de meter chismes del perro de una cantante más la valiosa información de que fulana se operó las tetas y un ensayo sobre un libro de Böll o de Theodor Mommsen.
Al periodimo cultural se hace falta, muchas veces, sentio común.
Hoy día, el periodista cultural debería abordar con seriedad tanto una crónica reguetonera como un concierto de heavy metal o una ópera.
Centroamérica es, casi siempre, la última en establecer cambios. Primero observa cómo se está haciendo en otros lugares antes de dar el paso. Ya sea por miedo o por prudencia, esa sigue siendo la razón por la cual unos son amos y otros seguidores.

En estos tiempos, el periodismo cultural es motivo de amplias discusiones estéticas y antropológicas. Un teórico de gran importancia, el cubano Lázaro Israel Rodríguez —que vive en Cuba— estuvo presente y abrió fuego a la discusión sobre el poder que ya tienen las sociedades sobre las empresas periodísticas. Los blogs, el periodismo ciudadano y otras fuentes de información toman gran fuerza, afortunadamente.
La española Rosa Jiménez Cano, periodista madrileña integrante de periodismociudadano.com desde su fundación (hay que añadir que es pionera en ese campo, al menos en el periodismo ciudadano de habla hispana) explicó su manera de coordinar e implementar ese periodismo desde El País. Dicho sea de paso, creo que ambos, el cubano y la madrileña, están en polos opuestos respecto de la apreciación del poder y la hegemonía ciudadana sobre el periodismo, lo cual es saludable (quien desee profundizar sobre los sus puntos de vista, puede fácilmente rastrearlos en la Red).
Además, otro conocedor a fondo del tema y del aspecto sociológico es el chapín Rafael Cuevas, quien estuvo presente y nos recordó la falsedad que existe en abarcar la cultura desde puntos de vista tradicionales y hegemónicos. Gran pintor y escritor, este guatemalteco tiene formación en Rumania y vive en Costa Risa desde hace unos 30 años.

Lo importante sobre el periodismo cultural, en todo caso, es tomar conciencia de que quienes lo ejercemos lo hacemos con la misma pasión que pone un carpintero al mostrarle los mejores ángulos de sus mejores muebles. Y cualquier lector sabrá cuando tiene delante a un peridista con vocación o a aquel que se metió al periodimo cultural solo porque no sirvió en Económicas o en Políticas, y quería andar de paseo por los teatros. El periodista cultural tiene una extraña vocación por escarbar qué hay delante, a los lados y tras bambalinas.

Saludos.

(Mi otro Blog, bienvenido/as a: La Era del Moscardón:
http://www.juancarloslemus.com