miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ópera Carmen: incoherencias del italiano Stefano Poda

Es probable que a los espectadores les haya impresionado la obra desde los primeros cinco minutos.
Media hora después, el primer bostezo; una hora más tarde, otro vistazo al reloj. Finalmente, cierta secreta gratitud porque todo haya terminado.
El italiano Stefano Poda logra que un conjunto de seres humanos formen un cuerpo cuyos brotes tonales alcanzan niveles plásticos.
Los movimientos de la masa dan vida a una criatura que se desplaza como en un enorme lienzo humano. Pero esa efectividad muere al poco tiempo debido a que tales posibilidades plásticas dejan de ser impresionantes y pasan a ser monótonas. Son las mismas fórmulas coreográficas que viene repitiendo Poda desde Aída en el 2005 y Falstaff en el 2007.

Es posible que esta Carmen pueda ser valorada desde registros correspondientes a la coreografía contemporánea, y también es cierto que cualquier creador tiene libertad de pintarle bigotes a la Monalisa o hacer que aterrice un helicóptero en el escenario. Lo incorrecto, en este caso, es que se incurrió en una deshonestidad publicitaria al anunciar la presentación de “Carmen. Ópera de Bizet. Producción de Stefano Poda”, y no lo que en realidad fue: una coreografía de Poda basada en la ópera Carmen.

Y si nos esforzamos por abandonar la idea de una Carmen tradicional, encontramos un supermercado de incoherencias. Estas son algunas: ¿Qué hace una loca desplazándose por el escenario todo el tiempo? ¿Es, acaso, un espíritu? ¿Es la encarnación de los placeres? Carmen, por cierto, en su primera aparición recuerda, por su vestuario y gafas, a Michael Jackson. ¿Qué hacen tres hombres y una mujer con las tetas al aire, colgados del techo? ¿Por qué se manosean los coros? ¿Por qué la masa humana, en algún momento, sugiere homosexualidad y bisexualidad? ¿Qué intenta decir el director al seleccionar a los muchachos más galanes, que ni cantan ni bailan, pero que los pone cuales stripers mostrando las nalgas en primer plano?
La respuesta a todas esas preguntas es que Poda intenta explotar el morbo del espectador. Evidencia una inclinación por la exhibición de la libido que convierte su obra en un asunto, a ratos, “sexoso”. Este comentario no es una revisión moral del montaje, sino la observación de un fenómeno. Poda tiene buenas posibilidades de desarrollarse en esos terrenos coreográficos (incluso, podría ser más atrevido).
El problema es que no sale del clóset operático; sigue aferrado a las justificaciones clásicas. Además, debido a la publicidad, más de dos mil personas vistieron su elegante traje de noche porque creyeron que pasarían una noche de ópera en el Teatro Nacional.
(Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias, junio del 2008)
Juan Carlos Lemus
(Mi otro Blog, bienvenido/as: La Era del Moscardón: http://www.juancarloslemus.com/)

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